El viento aullaba como un alma en pena a través de los rotos ventanales de la abadía abandonada de Rocamadour. La lluvia, inclemente, golpeaba los muros de piedra, y de la espada Durandal, que la leyenda afirmaba pertenecía al Rey Arturo, al verdadero Rey, muro y espada desgastados por el paso de los siglos y la indiferencia de los hombres.
En el interior, Fray Anselmo, con sus manos nudosas y temblorosas por el peso de los años, trazaba con tinta desvaída sobre un pergamino amarillento. Su rostro, surcado por las arrugas del tiempo y la preocupación, reflejaba la gravedad de la tarea que lo ocupaba. Estaba transcribiendo una antigua profecía, un secreto guardado durante generaciones en el corazón del Languedoc, una tierra de misterios y leyendas olvidadas.
La profecía hablaba de un tiempo de oscuridad y confusión, un tiempo en que el mundo se vería sumido en el caos y la desesperación. Hablaba de la caída de los poderosos, del fin de un linaje que durante siglos había ostentado el poder y la gloria, de guerras en la zona de Crimea, y de Ucrania-Rus, de fuego en Iglesias, y de espadas desaparecidas. Y hablaba, sobre todo, de una señal inequívoca que anunciaría el advenimiento de este tiempo aciago: la desaparición de los cuervos de la Torre de Londres.
"Cuando las aves negras abandonen su ancestral morada," decía la profecía, "la corona de Inglaterra se tambaleará y la Casa Real caerá en desgracia. Entonces, el reino se sumirá en la oscuridad y la desesperación, y el pueblo clamará por un nuevo rey, un rey de sangre pura y noble linaje, que los cuervos seguirán."
Fray Anselmo conocía bien la historia de los cuervos de la Torre de Londres. Sabía que, desde tiempos inmemoriales, estas aves habían sido consideradas guardianas de la monarquía, un símbolo de su poder y permanencia. La leyenda decía que, si los cuervos abandonaban la Torre, la monarquía caería y el reino se sumiría en el caos.
Pero la profecía del Languedoc iba más allá. No solo predecía la caída de la Casa Real inglesa, sino que también anunciaba el regreso de un linaje olvidado, un linaje que durante siglos había permanecido oculto en las sombras, esperando el momento oportuno para reclamar su legítimo derecho al trono.
Se trataba de la Casa de Real de Francia, la genuina, una dinastía ancestral que se remontaba a los tiempos de los reyes merovingios, aquellos reyes sagrados que, según la leyenda, descendían directamente de Jesucristo. La Casa de Francia, despojada de su poder y obligada a vivir en el exilio, había mantenido viva la llama de la esperanza, aguardando el momento de su regreso.
La profecía del Languedoc afirmaba que, cuando los cuervos de la Torre de Londres desaparecieran, y estos cuervos siguieran al auténtico Rey, un rey oculto de la Casa de Francia se levantaría para reclamar su derecho al trono. Este rey, acompañado por los cuervos que habían abandonado la Torre de Londres, restauraría la gloria de Francia y traería la paz y la prosperidad al mundo, este Rey dice la leyenda, habría estado preso, cautivo, y olvidado, pero en vez de buscar venganza, solo buscaría ayudar al necesitado.
Fray Anselmo, con la mano temblorosa, terminó de transcribir la profecía. Sabía que estaba en posesión de un secreto que podía cambiar el curso de la historia. Un secreto que debía proteger a toda costa, pues de él dependía el futuro de Francia y, quizás, del mundo entero.
Guardó el pergamino con la profecía en un cofre de madera, junto con otros documentos antiguos y reliquias sagradas. Cerró el cofre con llave y lo escondió en un lugar secreto de la abadía de Rocamadour, un lugar que solo él conocía. Luego, con el corazón apesadumbrado por el peso del secreto, se arrodilló ante el altar y rezó por la protección de Dios y la guía del Espíritu Santo.
________________________________________
Los años pasaron y Fray Anselmo murió, llevándose consigo el secreto de la profecía. El cofre con el pergamino permaneció oculto en la abadía, olvidado por el mundo y protegido por el silencio de las piedras. La vida seguía su curso, ajena a la profecía que dormía en las sombras, esperando el momento de su despertar.
Mientras tanto, en Inglaterra, la monarquía seguía reinando con aparente solidez. Los cuervos de la Torre de Londres, cuidados y protegidos por los guardianes reales, seguían siendo un símbolo de la estabilidad y la permanencia de la corona. Nadie sospechaba que la profecía del Languedoc se cernía sobre ellos como una espada de Damocles, esperando el momento oportuno para caer.
Sin embargo, el destino, caprichoso e imprevisible, tenía sus propios planes. Una serie de acontecimientos, aparentemente inconexos, comenzaron a tejer la trama que conduciría al cumplimiento de la profecía.
El primero de estos acontecimientos fue el incendio de la catedral de Notre Dame de París. El 15 de abril de 2019, un incendio devastador arrasó la emblemática catedral, símbolo de Francia y de la cristiandad. Las llamas devoraron el techo, la aguja y gran parte del interior, dejando a su paso un rastro de destrucción y consternación.
El incendio de Notre Dame fue un shock para el mundo entero. Muchos lo interpretaron como un presagio de malos augurios, una señal de que algo terrible estaba a punto de suceder. Y, en cierto modo, no se equivocaban. El incendio de Notre Dame fue la primera señal, el primer eslabón en la cadena de acontecimientos que conduciría al cumplimiento de la profecía del Languedoc.
Poco después del incendio de Notre Dame, comenzaron a suceder cosas extrañas, la espada Durandal desapareció, misteriosamente, y en la Torre de Londres. Los cuervos, que siempre habían sido dóciles y tranquilos, se volvieron inquietos y agresivos. Empezaron a reñir entre ellos, a atacar a los visitantes e incluso a intentar escapar de la Torre.
Los guardianes reales, preocupados por el comportamiento de los cuervos, intentaron calmarlos y controlarlos, pero fue en vano. Las aves parecían estar poseídas por una fuerza invisible, una fuerza que las empujaba a abandonar su ancestral morada.
Uno a uno, los cuervos fueron desapareciendo de la Torre de Londres, los guardias les cortaron las alas. Algunos murieron en circunstancias misteriosas, otros simplemente volaron y no regresaron. Los guardianes reales, cada vez más alarmados, intentaron reemplazar a los cuervos desaparecidos con nuevas aves, pero fue inútil. Las nuevas aves también se volvían inquietas y agresivas, y terminaban escapando o muriendo, y en ese momento una serie de desdichas surgieron en la Casa de Windsor; enfermedades en los miembros de la Familia Real, en cada uno de ellos…
La noticia de la desaparición de los cuervos de la Torre de Londres se extendió rápidamente por todo el mundo. La prensa se hizo eco del extraño fenómeno, especulando sobre las posibles causas y consecuencias. Algunos hablaban de una enfermedad desconocida que afectaba a las aves, otros de una maldición ancestral que se cernía sobre la Torre.
Pero nadie, excepto Fray Anselmo, y las tradiciones de la Casa de Francia, conocía la verdadera razón de la desaparición de los cuervos. Nadie sabía que se trataba de la primera señal del cumplimiento de la profecía del Languedoc, la señal que anunciaba la caída de la Casa Real inglesa y el regreso del rey oculto de la Casa de Francia.